domingo, 23 de mayo de 2010

Ese día di media vuelta mientras corría para averiguar si seguía detrás de mí. Reí amargadamente, pensando que nunca me iba alcanzar, creyendo que yo y mi propia fuerza éramos invencibles, reía porque mi ego no dejaba espacio para nada más.
Y entonces... Seguí corriendo, como nunca lo hice, estaba agitada y mi sonrisa maligna había desaparecido, cada vez estaba más cerca, me pisaba los talones, pero yo no me daba por vencida, seguía corriendo por mi vida, como si fuera que alguien me perseguía con un chuchillo para matarme.
Cruce por la esquina y ya no miraba para atrás, no podía perder ni un minuto de mi tiempo, lo segundos valían oro. Sabía que todavía estaba allí, podía sentirla, abrazarla, escucharla, olerla...
Tropecé con una, dos, tres piedras, caí, lloré, mientras me sostenía la rodilla sangrada y veía como me consumía en mis propias palabras.
Y así fue como se apoderó de mí... y no llegué a mi meta, porque no había una meta, ahora lo sabía, entendía todo, tarde o temprano me iba agarrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario